Cuando tomé la iniciativa de escribir un texto, lo último que se me pasaba por la mente era ser leído al menos por una persona. Mi aventura empezó a deslindarse cuando sentí que lo que sacaba dentro mí, eran más que solo frases cuestionables, pero últimamente la invención, la imaginación e inclusive la organización de mis ideas, han logrado un resultado favorable en mí. Pero no todo es como parece, pues solo existimos en la mente del lector como voces sin rostro reconocible; a menos que éste nos asigne uno. Dejamos de existir al momento de colocar el punto final. Así qué comencé apasionarme sin ninguna tregua. Pero seguía aquel cuestionamiento de ¿Qué pensará el lector al momento de terminar de leer algo tan abstracto como mis textos? ¿De alguna manera mis ideas son claras?, o sólo los desbordan a un abismo saciable.
Nuestra existencia es tan compleja como sencilla: Antes no estábamos, ahora sí, y después no. Así que no puedes pensar por ti mismo. Ni tú ni yo, porque nuestras palabras son ordenadas por una persona real y consciente, la cual decide qué dirección tomar.
Al entender todo lo que sucedía y lo que me apasionaba, solo queda recordar qué cada vez que alguien lea esto, estaré vivo como la voz que hace eco en el interior de su mente. Hasta entonces, mi buen amigo.
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