Cerré mi cuarto y ahogándome en la mitad del mar abierto intenté nadar a contracorriente, me sentía fatigado hasta el fondo de mi estado mental, pero seguía lanzando manotadas repletas de fuerza sin perder la mirada y así fue que encontré el puerto, aquel que me ayudaría a estabilizar mis fuerzas. Sollozaba. Así que estuve cuestionando mientras nadaba lo vació que podría estar por dentro. Tal vez en un momento de lucidez permitiría qué mi estado mental me agobiara, hasta llevarme a tocar fondo. No obstante, la blasfemia comenzó a a convertirse en argumentos, mi conducta comenzó a forjarse, la base fundamental que existía en mí, buscaba la manera de no dejarme hundir. Pasaron un par de segundos en aquel puerto cuando de repente las ideas, la empatía, la situación social y la vida cotidiana, comenzaron a centrarme. La neblina blanca desaparecía de mi mirada al cerrar los ojos, me sentía como en aquel olocausto donde Ana conseguía estabilizar toda su vida en un escrito. Me llena de coraje tener que lidiar con tanto, vociferaba una y otra vez, pero no comprendía el único fundamento que me mantenía con vida. Las palpitaciones comenzaron a tomar cada vez más fuerza, me encontraba desorientado. Me encontraba cerca de pensamientos suicidas, la depresión no dejaba de acariciarme, la melancolía pedía a gritos música para estabilizarme. No pude la verdad, así que cave un hueco donde logré reunirme con la ansiedad, la depresión y el insomnio, platicando acerca de mí. No dejaban de hacerme preguntas y yo no paraba de darle respuestas, pasado unos minutos al abrir los ojos, observe a una distancia muy prudente, un barco que se acercaba. No traía consigo nada pero a la vez todo, contenía una carta que decía: Pensar algo extraordinario te hace diferente, pero también te maldice para siempre. Tus escritos son tú legado si mueres, lucha por ti, no permitas tocar fondo en una isla tan desierta. Así que sin dudarlo me dije a mi mismo: LO PERDERÍA TODO POR VOLVER A CONSEGUIR MI SUEÑO.
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